viernes, 4 de noviembre de 2016

Blanco y Negro (Parte 1)

Este relato es la mitad verdad y la mitad ficción. Los personajes y sus historias son de verdad porque los conozco, pero la narración y los diálogos son sólo ficción porque me los imaginé.

No había notado antes la particular belleza de José. En realidad, nunca me había fijado en él y ni siquiera sabía como se llamaba entonces. La primera vez que me di cuenta de su atractivo fue cuando Marlene, mi secretaria, estuvo con licencia una semana, y el primer día, mientras llegaba su reemplazo le pidieron que atendiera las llamadas y recibiera la correspondencia. Para seguir siendo franco, hasta entonces no le había prestado atención, porque uno de mis mayores defectos es ser prejuicioso, y particularmente, respecto de la apariencia de las personas.


Soy descendiente de alemán, así que a mi 1,85 metro de estatura y 95 kilos de pura musculosa corpulencia – garantizada por tres sesiones de gimnasio a la semana en los últimos diez años – se debe agregar una tez blanca-rosada, un par de ojos verdes y un cabello y vello rotundamente rubio. Nadie me tuvo nunca que decir que era buenmozo, pues ya desde niño me di cuenta de las miradas de simple atención, oculta envidia o franca admiración que provocaba mi apariencia en mujeres u hombres, jóvenes o mayores. Debe haber sido esa razón la que fijó en mi subconsciente, la idea que la belleza debía venir en cuerpos altos y de volúmenes estilizados, además de piel, pelo y ojos claros.

Porque José no encajaba en el idílico estereotipo pasó desapercibido ante mi vista., durante más del año y medio en que comenzó a trabajar como estafeta en la oficina. Bajo, negro y rechoncho eran caracteres suficientes para ser clasificados en el montón de personas que no requerían ser almacenados en mi memoria para cualquier recuerdo posterior... hasta esa mañana en que mi vista se clavó en la perfecta redondez de sus nalgas, que aunque pequeñas – pero proporcionadas a su porte – se adivinaban tentadoramente carnosas bajo la tela del pantalón que las ceñía.

Siempre he tenido plena conciencia que las nalgas, asentaderas, trasero, poto, culo o como quiera llamársele a esa porción de la anatomía humana, ha sido una constante obsesión en mis fantasías y vivencias sexuales, independientemente de quien fuera su portador. De hecho, las contadas experiencias homosexuales que he tenido fueron gatilladas por la constatación – en camarines y en películas y fotos  pornográficas – que las nalgas masculinas eran insuperables en firmeza, redondez y carnosidad por la correspondiente parte femenina.

La experiencia me enseñó que, en general, a las mujeres, y en particular, a la que fue mi mujer durante diez años de absoluta fidelidad, el coito anal les parecía repugnantemente antinatural o excesivamente doloroso, sobre todo en consideración a mi verga de 20 centímetros de largo y 14 de grosor. Pero afortunadamente, antes y también después de mi fallido matrimonio, en más de una ocasión, he aprovechado la oportunidad de consumirme en el fuego – y más literalmente en el juego – de la copulación anal, con otros hombres, cuyo denominador común era el de tener unas nalgas portentosas, dignas y capaces de ser inmoladas por mi Príapo.

Debo decir que normalmente no me atraen los tipos, y que los encuentros sexuales con mis congéneres siempre se dio en el marco de una seducción pactada. Ellos me sedujeron y yo me dejé seducir por la anatomía viril de esos culos – me cargan las locas, si debo confesar otro de mis prejuicios – cuando lograban endurecerme el miembro de puro pensar en su contorneo. Aunque a los quince ya había sido desvirgado por una empleada de la casa, a los dieciséis años me inicié en el masculino sexo anal, desvirgando a un angelical compañero del Deutsche Schule, que después de unos meses de un inexperenciado sexo, le dio cargo de conciencia y no sólo terminó nuestras secretas sesiones sino también nuestra incipiente amistad.

En la universidad, mantuve la que se puede decir la relación homosexual más estable con un compañero de carrera, también descendiente de alemanes, que habiendo ingresado un año antes que yo y bajo el pretexto de ayudarme estudiar para Derecho Penal, me enseñó, probablemente, todo lo que se debe saber del sexo entre dos hombres. Incluso me animé, en una única oportunidad, alentado por la calentura del sexo desatado, a servir de pasivo, sin que pudiera encontrar en esa posición el mismo placer que obtenía en mi rol de activo. En verdad, cuando tuve la verga dentro de mi culo, sólo pude experimentar la desagradable sensación de estar cagando. Pero las calientes, sudorosas y lubricadas lecciones terminaron cuando mi temporal amante egresó de la carrera y volvió a Osorno para ejercer la abogacía, donde su familia vivía y fundar la propia.

Después de un año de separado volví a incursionar en el placer anal, con un colega uruguayo que conocí en un seminario internacional en Boston, y que ocupaba la pieza contigua en el hotel donde nos alojábamos. Fue después de la cena de inauguración, algo pasados de copas, que terminamos ambos encamados, yo encaramado, teniendo sexo. Fue una semana completa de lujuria estrictamente nocturna donde compartimos conocimientos e intercambiamos placeres sexuales. A pesar que nos dimos las señas de rigor respecto de teléfonos y correos electrónicos, no nos volvimos a comunicar.

Fue esa evocación la que rompió la invisibilidad con que José había transitado por casi dieciocho meses ante mi mirada. La sola posibilidad de que mis ojos se maravillaran en la redondez perfecta de sus nalgas, que mis manos amasaran la carne firme de sus glúteos, que mis narices olieran el aroma que guardaba entre su raja, que mi lengua saboreara el capullo rugoso de su ano y que mi verga fuera aprisionada por las paredes de su recto que imaginaba estrecho, alertaron mis sentidos, y fue su cara la que se dibujó nítida en mi retina ahora.

Unos ojos almendrados de oscuras pupilas – achinado hubiera dictado mi prejuicioso subconsciente – con unas tupidas pestañas inusualmente largas y algo arqueadas, le conferían cierta languidez casi femenina a su mirada y que contrastaba con la fiereza de su cabello cortado al militar estilo cepillo – y mechas tiesas como cualquier indio, habría concluido mi subconsciente prejuicioso. Pero la piel de tez pronunciadamente morena, de textura lisa y suavidad imberbe junto con la pequeña nariz de dorso achatado y los grandes labios abultados – negro ñato y jetón... – ciertamente indicaban alguna ascendencia africana.

Esa mezcla de ascendientes se había conjugado de manera armoniosa en un rostro que no sólo era hermoso por sus facciones delicadas en un contorno netamente masculino, sino que también era amable en la sonrisa con que mostraba dos perfectas hileras de dientes blancos, serio por el ceño que formaban las cejas delgadas pero rotundas e inteligente en la mirada que ahora me estaba dando curioso por mi arrobamiento, al tenerlo de pie, con la mano extendida y sin recibir los sobres que me estaba entregando.

“Disculpa...” le dije sin saber cuál era su nombre.

“José, José Valdebenito... me pidieron que lo atendiera mientras llega la secretaria reemplazante.”

“Ah! Claro, disculpa... José, pero me quedé un rato en la luna...”

“No hay problema. Estos documentos llegaron del Bostonbank, y creo que son unos contratos que usted estaba esperando.”

“Cierto... claro... gracias...” Sin saber que hacer ni que decir, le recibí los sobres y volví a mi oficina. Fue una curiosa reacción de mi parte haber sido tan vacilante ante el hecho de haberme volado mirándolo y ser sorprendido in fraganti. Normalmente mi aplomo me hubiera hecho decir dos o tres frases cortantes con las cuales no necesitara explicar o mentir acerca de mi conducta. Simplemente me sentí desarmado por la mirada de José, porque nunca esperé que fuera tan inteligente como para saber exactamente la razón por la que me había fijado en él.

Desde ese momento cada vez que me cruzaba con él en la oficina, lo saludaba por su nombre, si bien con el aplomo que me caracterizaba, también con cierta afabilidad que no podía ni me interesaba evitar. Hasta que una tarde, coincidí a la salida de la tarde con él en el ascensor.

“Así que estudias Derecho...” le dije después de saludarlo. Por Marlene me había enterado que estudiaba en un curso vespertino y que iba en su segundo año. También me contó que sus padres lo habían abandonado de guagua, que toda su vida la había pasado en hogares de menores, y que todavía vivía en uno en el que ahora era guardián por las noches.

“Ah? Si, claro...” me respondió con un tono casi incrédulo por lo que le estaba preguntando.

“Y supongo que el próximo año te postularás como procurador en la oficina. Hablé con Adolfo y estuvo de acuerdo conmigo que si te interesa postular, tendrías preferencia con otros postulantes con tu mismo currículum.”

“¿De verdad... Habló con Don Adolfo...?” Más incredulidad en sus palabras y asombro en su rostro.

“Además José, puedes pedirle a Marlene que te preste todos los códigos y leyes que necesites para estudiar... y yo te puedo ayudar en Derecho Penal... si quieres.”"

9 comentarios:

  1. Q relato mas fome wn, la cagó, no llegué ni a la mitad y pasé al siguiente.

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  2. Me gusto, repite algunas frases, que no es necesario, ya sabemos de su racismo, pero lo importante es que este relato va hacia el nacimiento de una historia de amor y eso me gusta, me aburren los relatos de puro sexo. Espeor lo continuación.

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  3. Me gusto, repite algunas frases, que no es necesario, ya sabemos de su racismo, pero lo importante es que este relato va hacia el nacimiento de una historia de amor y eso me gusta, me aburren los relatos de puro sexo. Espeor lo continuación.

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  4. Me gusto, repite algunas frases, que no es necesario, ya sabemos de su racismo, pero lo importante es que este relato va hacia el nacimiento de una historia de amor y eso me gusta, me aburren los relatos de puro sexo. Espero su continuación.

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  5. CREO QUE LA HISTORIA VA PARA ALGO INTERESANTE QUE NO SEA SOLO SEXO SI, NO, DEJA EL SUSPENSO Y LA INCOGNITA Y ESPERO QUE TENGAS LA SUTILEZA PARA TRATARLO Y NO TE DEJES LLEVAR POR EL RACISMO TAL VEZ TE VAS A LLEVAR UNA GRAN SORPRESA Y HAS TE LLEVAS UNA BUENA FOLLADA DE PARTE DE EL OJALA CUMPLA TUS ESPECTATIVAS SUERTE Y ESPERO LA SEGUNDA PARTE QUE SE VIENE BUENA

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  7. no puedo leer esto, he intentado pero me supera

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