Una lección aprendida

Puedo asegurar que nadie, ni la mujer más puta que me he comido, me la chupó nunca con tanta avidez como ese chico.

Primero, déjenme aclarar una cosa. Tengo un pene enorme. Siempre llama mucho la atención. En estado de relajación mide 19 x 5 cm, pero cuando está duro sobrepasa los 25 cms por 6 de ancho. Eso hace que casi todo el tiempo me lo estén mirando. Algunas veces algún compañero de trabajo cuando estoy en el baño (imagino que por sorpresa o envidia), y muchas veces también varias compañeras de trabajo, a las cuales he sorprendido mientras me hablan echando miradas furtivas, y no tanto, a mi abultada entrepierna.
Calculo que llama más la atención debido a mi talla, ya que apenas mido 1, 70 m, soy delgado, de espalda ancha, aunque extremadamente fuerte y fibroso, debido más que nada a mi intensa práctica de artes marciales desde temprana edad.
El día que comienza el suceso que voy a relatar me encontraba en el baño de la oficina, había ido a echar la corta.
Como siempre, apenas entré al baño, apurado y pensando en cualquier cosa, saqué mi pene y camine con él en la mano los dos o tres metros hasta los urinales. Haciendo lo mío mientras pensaba en cosas del trabajo, noto por el rabillo del ojo una mirada clavada en mí, mejor dicho, en mi pichula.
Estando acostumbrado a que me la miren, la verdad no presté demasiada atención. Pero este mirón en particular ya sobrepasaba todo decoro, se quedaba mirando fijo, yo sentía su mirada clavada en mi tula.
Volteé para decirle algo, y se dio vuelta rápidamente, no sin antes dedicarme una última mirada a mi pene, y me pareció ver una mordida de labios.
Todo hubiera quedado en una anécdota más de otro maricón que me la mira y se relame de no ser porque, a partir de ese momento, cada vez que iba al baño este chico se las arreglaba para entrar atrás de mí y mirarme el pene de lejos.
Las primeras dos o tres veces lo atribuí a la casualidad, ya que una de las funciones del chico era limpiar los baños. Pero cuando entraba cada vez que iba al baño, empezó a molestarme.
Con su pelo corto ensortijado, sus modos amanerados, su cuerpo delgado y piel blanquísima, suave y delicada, como de nena, muy flaco y algo más alto que yo, me ponía nervioso cuando, con cualquier excusa, se apuraba para entrar al baño cada vez que yo lo hacía.
Pero cuando realmente sobrepaso los límites fue cuando, al volver yo del gimnasio de la empresa, completamente transpirado, decidí ducharme en el trabajo. Apenas hacía dos minutos que estaba duchándome cuando de repente abrió la puerta de la ducha, y con los ojos bien abiertos y la vista clavadísima en mi pico, me dijo:
- Disculpe, venía a limpiar, pensé que estaba vacío. Cerró tan rápido la puerta, que no me dio tiempo ni siquiera a insultarlo.
Tenía que darle una lección.
Al otro día lo estaba esperando. Me aseguré de entrar a la ducha en un horario que nadie las usaba, ya que casi todos en mi piso estaban en horario de almuerzo.
La escena se repitió casi igual que el día anterior, con este chico abriéndome la puerta de la ducha para espiar. Pero mi reacción fue ligeramente diferente. Me había estado pajeando para esperarlo con la corneta completamente dura, en todo su tamaño.
Esto lo hizo detenerse un segundo más y eso fue su perdición…
Lo tomé fuertemente del pelo de la nuca y le dije:
-¿Te gusta lo que ves, maricón? Ahora vas a aprender que no es bueno andar espiando en los baños.
-No, señor. Se equivoca, dijo. Yo sólo quiero hacer mi trabajo sin problemas. No soy maricón, vivo con mi polola… sólo que nunca había visto en vivo un pico así de grande. Si hasta mi polola, cuando se lo comenté, no lo podía creer.
-Cállate, maricón, le dije. Ahora vas a ver.
De un solo tirón de la nuca lo obligué a arrodillarse.
Cuando abrió la boca para gritar, de un empujón le metí casi la mitad de mi pico en la boca. Empezó a gemir, y yo comencé a culiarle la boca con furia. Tardó sólo un segundo en cambiar la mirada, como si lo hubiera pensado mejor, y con una mano me agarró los testículos mientras con la otra comenzó a pajearme bien fuerte, sin dejar salir mi pichula de su boca.
Puedo asegurar que nadie, ni la mujer más puta que me he comido, me la chupó nunca con tanta avidez como ese chico. Era como si estuviera muerto de hambre y sólo mi pico pudiera calmarlo. No tardé más de tres minutos en llenarle la boca de moco, el que se tragó hasta la última gota.
Me miró con ojos que casi parecían de agradecimiento. Pero la lección no terminaba ahí. Lo obligue a pararse. Mi verga seguía dura. Lo di vuelta y le arranque el pantalón con brusquedad. Al ver su culo parado, rosado y lampiño, se me puso todavía más dura, si eso era posible.
-Maricón, de esta forma no vas a olvidar la lección.
Trato de zafarse, pero no lo dejé.
-No por favor, el culo no, no soy gay, además la tiene usted muy grande y me va a… No lo deje terminar.
Lo agarré de la nuca, le estrellé la cara contra la pared, callándolo, me escupí la punta de la tula y le metí la cabeza de una sola clavada.
Le cayeron unas lágrimas, pero no me importó. Le sujete con fuerza la cadera, y de una fuerte embestida se la metí toda entera en el culo. Tembló de dolor. Empecé un mete saca furioso, apuñalándolo en cada embestida. Las convulsiones de dolor se volvieron espasmos de placer. Gemía y pedía más.
Yo no podía creerlo. Era la primera vez que un culo me la aguantaba toda de una. No pasaron más de 6 o 7 minutos cuando la leche espesa y caliente empezó a llenarle las entrañas. Yo me seguía moviendo, para llenarlo hasta la última gota. Se la saqué de un tirón, lo obligué a limpiármela con la lengua, y después lo eché de la ducha, amenazándolo con hacerlo perder el trabajo si decía algo.
Balbuceó algo sobre cómo le iba a explicar a su mina que en el trabajo le habían roto el culo, o algo así, pero no lo escuché.
Pensé que eso le iba a enseñar una lección, que no volvería a espiarme en el baño, pero al otro día, mientras me bañaba al volver del gimnasio, se abrió la puerta y escuché:
-Disculpe, creí que no había nadie…